Partido correspondiente a la sexta jornada de la
liga sénior provincial de baloncesto en el que se enfrentaban el C.B. Ciudad de
Moguer y el C.B. Ayamonte.
Los locales,
tras encadenar dos victorias seguidas, se topaban con uno de los “gallitos” de
la competición, el C.B. Ayamonte, equipo llamado a ser uno de los aspirantes a
promocionar y que en su plantilla disfruta de jugadores con experiencia en
nacional provenientes del Lepe.
No obstante,
este hecho no amilanó a los nuestros como demostraron los compases iniciales
del choque, con tanteos muy igualados. Poco a poco, sin embargo, los
ayamontinos tiraron de oficio y saber hacer para irse con una ventaja
considerable de ocho puntos al final del primer cuarto.
En
el segundo cuarto, un extraordinario Carmelo Rivas tomó la batuta del equipo
moguereño y mantuvo con vida a los suyos con 9 puntos seguidos y otras tantas
canastas contestando y rebelándose contra el dominio visitante. Su magnífica
defensa, con tapón incluido, pareció inspirar a los locales, que se mostraron
muy férreos atrás. De hecho, los de Ayamonte empezaron a encontrar serias
dificultades para ver el aro del Ciudad de Moguer, anotando en la mayoría de
ocasiones merced a contraataques y tiros libres o a errores puntuales de los
nuestros, como un rebote ofensivo culminado con canasta de 2 tras fallar los
visitantes los dos lanzamientos desde la línea de personal que hizo mucho daño.
Así, el segundo cuarto finalizó y los ayamontinos seguían arriba en el marcador
con los mismos ocho puntos del final del primero.
Si
en los segundos diez minutos fue Carmelo quien estuvo especialmente brillante,
en el tercer cuarto el testigo pareció tomarlo Miguel Barragán, bien secundado
por Juan Diego, cosechando entre ambos la mayoría de tantos para los inquilinos
del pabellón Platero, que presentaba una notoria afluencia de público en este
choque.
Asimismo,
al acierto anotador moguereño, individualizado en los dos jugadores
mencionados, se le unió una más que notable defensa que ahogaba una y otra vez
a los de verde.
Era,
pues, un partido de poder a poder, de tú a tú, pero en el que el Ciudad de
Moguer no terminaba de conseguir reducir las distancias con los visitantes, que
se tenían que trabajar las canastas, algunas de bella factura, como un alley-hoop
a dos manos.
Los
nuestros, sin embargo, no cejaron en su empeño y siguieron percutiendo. Su
insistencia y su gran partido se vieron recompensados al fin cuando a mediados
de este cuarto empataban el partido.
Mostraba
el Ciudad de Moguer otra cara, la cara de un equipo que no pierde la compostura
a pesar de ir por debajo en el marcador como hacía antaño, la cara de un
plantel que, una vez conjuntado, sabe sublevarse y plantarle cara a cualquier
equipo de su categoría. La cara de una escuadra que compite-y tutea-a los mejores y en la que todos suman, como
Antonio Prieto, como Joaquín, como Juan Manuel Garrido, que firmó-y es mi
humilde opinión-su mejor partido desde que juega para los moguereños.
No
se detuvieron los locales, que querían más, y siguieron anotando con notable
frecuencia en el cuarto final: olían la sangre de la presa herida. Los
ayamontinos, desarbolados por momentos, anotaban con serias dificultades y con
cuentagotas para parar la sangría, pero les bastaba para mantenerse a flote en
el partido.
En esas, varios tiros libres fallados por los visitantes terminaron
de dar alas a los moguereños, que empezaron a creérselo. Y tanto. El choque
llegaba a su fin con el marcador en tablas (64-64) y con la última posesión para
los nuestros. Pero no pudo ser, la pelota no quiso entrar y el choque se
encaminó irremediablemente a los minutos extra de la prórroga, donde un parcial
de 0-6 dejaba al Ciudad de Moguer herido de muerte. A pesar de ello, en un
arreón final de casta y coraje, con un Juan Manuel Garrido inmenso bajo
tableros, se dispuso de un triple para volver a igualar el marcador que tampoco
nos sonrió. Finalizaba el choque con una derrota por la mínima (68-71) pero con
el ánimo intacto: no había reproche posible para un equipo que se había vaciado
en la cancha, lo había dado todo y había muerto de pie.
Por José Antonio Romero Martín
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